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DESCALZOS ANTE DIOS,
DESCALZOS CON EL PUEBLO


III Encuentro Nacional de Vida Religiosa Joven (Granada 2007)






A modo de introducción.


Dos años después de experimentar la locura de la Cruz, quitándonos armaduras y caretas en el marco de una Valencia convertida en castillo medieval, la Vida Religiosa Joven que comparte vida y misión en España, volvió a reunirse por tercera vez. En esta ocasión, el acontecimiento tuvo lugar entre el 6 y el 9 de diciembre del pasado 2007, disfrutando de la acogida cálida y cordial de la ciudad de Granada.
La conferencia inaugural, los 15 talleres temáticos, las celebraciones y momentos comunitarios de oración, los proyectos solidarios que visitamos, la creatividad del arte y el humor en contacto con la hondura del mensaje, la variedad intercultural enlazada a través del ritmo y el compás…, todo fue hilvanándose bajo la experiencia vocacional de Moisés en el Horeb. Los blasones y candelabros del siglo XII, que estuvieron acompañándonos en Valencia, se habían convertido en una llama ardiente en la cima de la montaña.
Partiendo de un lema sencillo pero tremendamente sugerente (“Descalzos ante Dios, descalzos con el Pueblo”), unos 160 jóvenes apasionados por Cristo y por la humanidad compartimos nuestras inquietudes, dificultades, anhelos y esperanzas, intentando vislumbrar nuevas pistas sobre nuestra presencia profética en el mundo, sobre nuestra misión en la Iglesia y en la sociedad como Vida Religiosa Joven en los albores del s. XXI.


Descalzos ante Dios…




“Dios dijo a Moisés: No te acerques; quita las sandalias de tus pies, porque el lugar que pisas es tierra sagrada” (Ex 3,5).




La Vida Religiosa en general, pero especialmente los más jóvenes en ella, puede hallar en Moisés un icono iluminador de su ser y de su hacer. Por diferentes que puedan resultar los carismas y los estilos, un religioso comparte el mismo suelo firme que sostuvo las flaquezas del profeta de Madián. Y este suelo firme es únicamente el saberse envuelto por el Misterio inabarcable que se le manifestó en una zarza ardiente. La teofanía del Horeb provocó en Moisés el vértigo de experimentar la cercanía de un Dios que parecía distante. El proyecto liberador por antonomasia comenzó con la intimidad de un encuentro sorprendente.
Sin duda, aquí radica nuestro punto de partida, nuestro principio fundante, la preocupación última que posibilita posicionarnos ante la realidad que sale a nuestro paso. Nosotros, los jóvenes de la Vida Religiosa, compartimos con Moisés la posibilidad de mirar atrás y saborear que en el principio sólo aconteció el regalo del encuentro. Quizás, enfrente de nosotros no descubrimos una llamarada entre las zarzas, ni la cotidianidad de nuestros días es pastorear el rebaño de nuestro suegro, pero sí podemos afirmar que nuestra rutina se vio sobresaltada por la sorpresa de un Dios que se empeñó en conmover, casi sin permiso, los cimientos de nuestra tierra particular, haciéndola, por puro don, tierra sagrada.
El encuentro transformante con Dios es el que provoca en nosotros, como en Moisés, la necesidad existencial de “descalzarnos”. Porque descalzarse ante Dios supone reconocer la frialdad del suelo que pisamos, recordándonos nuestras indigencias y debilidades. Descalzarse ante Dios implica el despojarnos de nuestras ingenuas seguridades y mostrarnos, sin ambages, mendicantes de la Gracia…


Moisés se descalzó, se tapó la cara temeroso y reconoció su pequeñez, pero nunca imaginó la respuesta con la que Dios le seduciría del todo: “Yo estoy contigo”. Nuestro Dios se empeña en invitarnos a pasar a su “zapatería”, o lo que es lo mismo, calzarnos de su presencia constante. Una presencia en muchos momentos velada y casi oculta, pero también contundente e iluminadora. La Vida Religiosa Joven, ésta que ha experimentado el encuentro con Dios en lo ordinario del día a día, ésta que se ha descubierto descalza de seguridades y a la intemperie, es, al mismo tiempo, la que tiene la certeza de que Dios convierte la mudez en locuacidad, las muletas en trampolines, la pequeñez en grito profético, la frialdad en fuego que arde y abrasa.
De este modo quisimos vivirlo y transmitirlo en Granada. Los religiosos y religiosas que comenzamos la andadura de seguir a Cristo como consagrados no queremos ser relegados al perenne “banquillo de los inexpertos”, porque reconozcamos que aún nos falta mucho por crecer y aprender de quienes nos han precedido en el camino de la fe; no somos superficiales activistas, porque queramos derrochar ganas de vivir; no escatimamos en amar con locura nuestra tradición y nuestro Instituto, porque apostemos por la novedad y el dinamismo vitalizador; no somos irrealistas o ignorantes, porque soñemos con una Vida Religiosa que, dejándose quemar por el fuego del Espíritu, otea el horizonte de nuevas propuestas y estilos… En el fondo, la vocación de la Vida Religiosa en general, y la más joven en particular, puede ser resumida con la misma experiencia fundante de Moisés: “Vivir descalzos ante Dios”.


…Descalzos con el Pueblo.


“He visto la opresión de mi pueblo en Egipto, he oído sus quejas contra los opresores” (Ex 3,7).
El Dios ante el cual Moisés se descalzó no era, ni sigue siendo, un Dios aséptico y ajeno a la realidad concreta de los hombres y mujeres de nuestra desbocada sociedad. El Dios que provocó que Moisés quitara las sandalias de sus pies es el que oye y ve la opresión del pueblo. Es un Dios con entrañas maternas, que siente tan suyo el dolor de la gente que se vincula estrechamente a su situación, y lo hace hasta el punto de llamarlo: mi pueblo. Seguramente, Moisés no fuera ciego ni sordo, como tampoco lo somos nosotros, pero es en el momento en que experimenta el mismo ver y oír de Dios cuando su visión se vuelve diáfana y su oído se afina.

La misión que Dios encomendó a Moisés era bien clara: sacar a su pueblo de las fauces del poder opresor, romper la dinámica de injusticia estructural que está mermando la profunda identidad del pueblo, esto es, ser Pueblo de Dios y no pueblo del faraón. El Dios que sufre con el que sufre y llora con el que llora le pidió a Moisés que hiciera suya la realidad hiriente de los israelitas, que viviera descalzo con el pueblo.
Uno de los marcados acentos que rezumó durante todo el encuentro de Granada fue, tal y como hizo Moisés, el anhelo de oír y ver los “Egiptos” de la actualidad, abrir las puertas y las ventanas de cada comunidad y sentir que el otro es mi hermano, que me afecta y conmueve del mismo modo como la realidad de los israelitas conmovía las entrañas de Dios. Vivir descalzos con el pueblo, en su raíz más profunda y en su sentido más palpable, es calzarse los zapatos del otro, tomar partido en las luchas cotidianas de los vecinos. No hacen falta heroísmos aventurescos que rocen lo “snobista”. Ponerse el calzado del otro es atreverse a mirar a los ojos, salir de nuestros férreos esquemas y compartir una taza de café, aceptar el cruzar la fina línea que separa mi comodidad de tu preocupación…
Vivir descalzo ante Dios y con el Pueblo fue el “leit motiv” de aquel profeta de Madián que renunció a toda clase de privilegios y exclusivismos por participar de la misma suerte que su gente (Ex 32-34). Vivir descalzos ante Dios y descalzos con el Pueblo es la llamada continua a la Vida Religiosa que le hace un Dios con rostro manchado, nombre propio e historia concreta.


A modo de conclusión o la misión de la Vida Religiosa Joven hoy.
Vivir descalzos ante Dios y descalzos con el Pueblo es colmar el balbuceo de Moisés que, con sus palabras y acciones, iba prefigurando a quien se descalzaría del todo para calzarse plenamente la realidad del otro: Jesús. Por ello, la Vida Religiosa Joven, tanto los que estuvimos en Granada como los que no, anunciamos sin miedo, celebramos sin vergüenza, reconocemos sin máscaras ni armaduras, que nuestra esperanza se llama Cristo.
Si de algo tenemos que estar convencidos los jóvenes consagrados es de compartir el mismo punto de partida y el mismo fin: Qué mayor plataforma de comunión que constatar, junto a Moisés, que en el principio de toda esta aventura de oír y ver con los sentidos de Dios tiene lugar el encuentro profundo y transformante con Él, conmoviendo los pilares de nuestra existencia hasta el punto de sabernos pequeños, mendicantes de su Gracia, descalzos. Al principio de nuestra vocación, por distinta que parezca, siempre está Dios llamándonos y lanzándonos a la misión.
Por tanto, si común es el principio, también lo es el final. La misión de transparentar que Cristo, el pleno Moisés, es nuestra mayor esperanza y se convierte hoy en el acicate para una verdadera comunión; la misión de creer en lo “increíble” y esperar lo “inesperable”, pareciendo los bichos raros de nuestro entorno; la misión de saborear el silencio en medio del ruido y el escalofrío de alzar la voz cuando la cobardía impone silencio; la misión de atreverse a buscar, por todos los medios posibles, nuevos lenguajes y veredas para el anuncio profético; la misión de complicarnos la vida por el Reino, descalzándonos ante Dios y con el Pueblo; la misión de entrar en la zapatería de Dios y, paradójicamente, pedir calzarse los zapatos del otro... Esta es la misión que nos une. Esta es la misión que pone alas a nuestros pies. Esta es la misión que compartimos en Granada y queremos seguir viviendo en cualquier rincón de nuestra geografía globalizada. Esta es la misión de la Vida Consagrada, la misión de la Vida Religiosa Joven hoy.
Manuel Ogalla cmf, «Descalzos ante Dios, descalzos con el pueblo.
III Encuentro Nacional de Vida Religiosa Joven»: Vida Religiosa 105 (2008) 121-124




Desde la intemperie, queremos ser jóvenes, locos y valientes


II Encuentro Nacional de
Vida Religiosa Joven (Valencia 2005)


Érase una vez un gran castillo rodeado de infranqueables murallas, robustos minaretes cobijaban a los valientes vigías mientras durase su turno de vela, un profundo socavón rodeaba la fortaleza y hacía muy difícil la invasión de la plaza. Nada ni nadie parecía ser capaz de superar tantas barreras hasta llegar a la alcoba real…

Los peregrinos de este siglo XXI nos creemos lejanos a estas descripciones, han caído demasiados aguaceros desde entonces. Los castillos y armaduras, las almenas y las fustas son tiestos viejos que engordan nuestro baúl histórico. Sólo los locos se creen caballeros valientes que luchan contra dragones, construyen reinos mejores y rescatan amadas damiselas.

Menos mal que todavía hoy hay muchos locos sueltos por ahí, hilvanando sus locuras en un mundo demasiado cuerdo, demasiado empeñado en crear manicomios, demasiado aferrado a su olvidado yelmo que ya es incapaz de apreciar. Y, mira por donde, a principios del mes de diciembre del pasado año 2005, un grupo de esos locos formaron una gran mesa redonda en el feudo de Valencia.

La comitiva provenía de diferentes puntos del Reino de España y de la vecina Portugal y todos tenían algo en común: la joven locura apasionada por el gran loco de la historia, Jesús el de Nazaret. Trescientos hombres y mujeres movidos por la ilusión propia de quienes han encontrado el tesoro de su vida, desafiando los dragones ávidos de presa que continuamente están al acecho de quienes buscan la novedad. Hombres y mujeres que también tienen el peso de su oxidada armadura oprimiéndoles e impidiéndoles abrir de par en par las puertas a la libertad verdadera.

A lo largo de los cuatro días (3-6 Dic.) los jóvenes caballeros se enrolaron en la emocionante tarea de compartir sus vidas, sus preocupaciones y anhelos, sus miedos y dificultades, quizás sus sentimientos más escondidos y la alegría de vivir la fiesta de la llamada. No hicieron falta grandes ponencias o discursos magistrales, tampoco hubo complejos mapas conceptuales ni elucubraciones filosofico-teológicas… Sin embargo, sobre el tapete sí hubo vida y celebración, vida celebrada y celebración vivida. También hubo mucha sinceridad pero desde el respeto que regala la humildad, sinceridad humilde y sincera humildad. Se tuvo la oportunidad de transmitir el ser que quema dentro y el hacer que se expresa en la realidad de cada uno, las pequeñas batallas de cada día que configuran la bendita guerra que nos mantiene despiertos en la brecha sangrante de este mundo desbocado.

Desde la enseñanza hasta la sanidad, desde el cuidado a los ancianos hasta hacer el ganso con los niños, desde la catequesis y la predicación hasta la acogida maternal de los transeúntes, desde la Plaza del Obradoiro hasta Almanjayar… todas son las atalayas desde las que el Dios de la vida mira el mundo. Transmitir cada forma de mirar enriquece la perspectiva global de la misión e impide encerrarnos en la absurda y jáquima costumbre de ver sólo a través de la ranura de nuestro oxidado yelmo. Por ello, en la mesa redonda de Valencia, los caballeros apostaron por la intercongregacionalidad como medio privilegiado para crecer y descubrir los nuevos retos que se nos imponen.

El joven Arturo fue invadido por el miedo y la desesperanza, pensaba que él no iba a ser capaz de sacar la espada de la inmensa roca que la mordía, las rodillas se besaban como un repicar de campanas y los dientes no cesaban de titiritar. Pero en el preciso momento, ni un segundo antes ni después, el viejo y sabio Merlín le pasó el brazo sobre sus hombros y con un cariñoso abrazo le insufló el consejo y la valentía necesaria para ceñirse el manto y dirigirse decidido hacia Escálibur…

En toda misión arriesgada, antes de cada batalla importante o al principio de todo camino nuevo y desconocido, los grandes reyes y caballeros siempre han acudido a su Merlín particular. Hoy día, gracias a Dios, sigue habiendo viejos sabios que transparentan ese saber hacer que une con gran habilidad la prudencia y la innovación, la tradición y su intrínseco dinamismo, la herencia y la profecía. También en nuestra mesa redonda de Valencia hubo cuatro maravillosos “Merlines”, cuatro viejos sabios que hicieron de faro en la niebla y de cuaderno de bitácora para trescientos navegantes noveles: José Luís Coll, Pilar Yuste, Oliva Vico y Carmen Pons. Su juventud acumulada y la sabiduría que brota de la profunda experiencia de Dios hicieron de ellos unos acompañantes muy enriquecedores, los cuales, con destreza y paciencia, fueron objetivando todas las reflexiones que iban brotando.

De este modo, con la vida compartida de los valientes caballeros y la ayuda de los Merlines particulares se fraguó el manifiesto que resume lo que la Vida Religiosa joven de nuestro aquí y ahora quiere ser. Con este manifiesto no se pretende cambiar de un plumazo las estructuras y la tradición que nos ha hecho ser lo que somos, sino aportarles la alegría, el entusiasmo y la libertad de quienes se sienten locamente seducidos por el Dios de Jesucristo, apasionados por el Reino y enamorados de los crucificados de la historia.

Por ello, cuando la comitiva abandonó la ciudad del Turia, que durante cuatro días la había acogido con tanto cariño, y se separó para inundar cada rincón de la Península, cada uno de los jóvenes locos levantaron la cabeza sin miedo para situarse en la intemperie. Porque saben que desde ella y sólo desde ella tiene sentido optar por los más pequeños y empobrecidos. Sólo desde la intemperie se puede reconocer que todos tenemos armaduras oxidadas que nos acomodan y paralizan (gracias Fisher por recordárnoslo). Sólo desde la intemperie podemos gritar que estamos cansados de encerrar nuestro corazón en sutiles cárceles, ser borregos de ciudad y mirarnos constantemente en lujosos espejos. Sólo desde la intemperie se puede contar la verdad y no callarse, ser verdaderos rebeldes con causa.

No tengamos miedos, porque estamos locos y sabemos lo que queremos. Esta es nuestra hora, la hora de dar vida, de salir a las calles, de seguir al Crucificado, levantando al olvidado y mirando siempre al margen.


Manuel Ogalla cmf, «Desde la intemperie, queremos ser jóvenes, locos y valientes»: Vida Religiosa 101 (2006) 66-69.


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